Publicado
en Tribuna de Salamanca
Aquel septiembre de 1965, la gente no hablaba
de otra cosa que no fuera del arte y elegancia de Paquito
Pallarés. Sobre todo a raíz de esa triunfal
feria que protagonizó donde tomó una alternativa
que lo convirtió en la máxima ilusión
del toreo de la época.

P. C.
Fue tal el éxito que,
durante muchos días, la gente hacía cola
para ver las magníficas instantáneas que
sobre esa tarde exponían en sus tiendas los más
afamados fotógrafos de la ciudad, como Laso, Los
Ángeles, Salvador o aquel bohemio de Ciudad Rodrigo
que se llamó Prieto y fue toda una figura de ese
arte.
Unos años antes, Paco Pallarés
había comenzado su sueño torero en La Fuente
de San Esteban, su pueblo, que es el alma del Campo Charro.
Allí, bajo el amparo de sus padres, el señor
Ramón 'El Gallego', carnicero y dueño de
una cafetería -que frecuentaban las gentes del
toro- y de su madre, la señora Elena, fiel guardiana
del hogar familiar, Paco comenzó desde muy joven
a trabajar en los negocios paternos, siempre junto a su
inseparable hermano Pedro.
Por esa época, La Fuente acoge
durante los meses de invierno a una amplia nómina
de la torería andante, lo que hace que en el joven
muchacho se despierte una pronta vocación hacia
el toro. Sus avances no pasan inadvertidos y varios profesionales
se fijan en él, pero es Dámaso Gómez
quien se convierte en su primer maestro y quien con gran
tino dirige sus primeros pasos, donde bajo el nombre de
'Paquito Fuentes' debuta, con gran éxito, en la
vieja plaza de La Manzanera, de Logroño el 19 de
mayo de 1920.
A partir de entonces, Logroño se
entrega con aquel muchacho que era un pincel haciendo
el paseíllo y parecía un príncipe
del toreo. Gracias a sus triunfos repite actuación
en la capital riojana en varias ocasiones, cada vez con
más cartel, a la par que con su llegada al toreo,
las novilladas sin caballos viven un auge espectacular,
donde consigue poner el 'no hay billetes' en plazas donde
antes apenas había interés.
Desde entonces, todos aventuraban en él
una figura, pues en su etapa de novillero con picadores
-ya con el nombre de Paco Pallarés- no sólo
mantuvo ese cartel, sino que además lo incrementó.
Torero 'caro'
Eran los primeros años de la década de los
60 y el muchacho de La Fuente protagonizaba una de las
páginas más hermosas, especialmente en su
prodigioso arranque de novillero que culminó en
septiembre de 1965 con una alternativa de lujo en el cartel
más importante -El Viti, de padrino y José
Fuentes, de testigo- que se programó aquel año
en Salamanca. Festejo que, a la postre, ha sido de los
más añorados de cuantos se han celebrado
en La Glorieta, pues tuvo tal repercusión que durante
aquel otoño, la gente no hablaba de otra cosa,
mientras que los aficionados toreaban de salón
para intentar explicar aquella eclosión artística.
Expectación nacional
La expectación como novillero que generó
Paco Pallarés fue tal que desde que comenzaba a
hacer el paseíllo ya se escuchaban los primeros
siseos, protagonizados por un público expectante
para disfrutar con aquel menudo chaval de La Fuente de
San Esteban, que vivió una deslumbrante etapa novilleril.
Sus éxitos se multiplicaban y,
gracias a su arte y esencia logró que plazas como
Logroño lo consideraran su torero. Lo mismo sucedió
en Valladolid, Bilbao, Almería, además de
gozar de partidarios en Sevilla, donde en su presentación
entusiasmó. Aquel día, Pallarés,
inteligente y oportuno, brindó su primer novillo
al maestro Pepe Luis Vázquez -esencia pura de la
sevillanía-.
Luego tomó la muleta y comenzó,
nada menos, que con el 'cartucho del pescao', lo que provocó
la algarabía de un público que, deslumbrado,
veía en el charro al torero de sus sueños,
al que ese día sólo le faltó haber
nacido al pie de La Giralda.
Ya digo, desde el paseíllo, con
su figura estilizada presidida por sus andares solemnes,
enseguida el personal se 'quedaba' con él, pero
el verdadero lío, el que cantaron todos los críticos
de Madrid, el que movió a los profesionales a seguirlo
por las plazas y el que ha permanecido inmarchitable en
la retina de quien lo disfrutó fue su labor con
la muleta, donde se mostró como un diestro pinturero,
artista, con un concepto nada habitual en los toreros
castellanos y, mucho menos, si se tiene en cuenta la ascendencia
gallega de Pallarés. Paco fue un torero con mucha
gracia, con solemnidad y pinturería, sabiendo andar
en la plaza como soñaron todos los grandes toreros.
Escalafón variado
Además, Pallarés tuvo suerte de compartir
protagonismo en el escalafón inferior con otros
cuantos nombres que despertaron ilusiones y trajeron nuevos
aires al toreo. Pues de novillero alternó principalmente
con Palomo Linares, con Paquirri, con el salmantino Flores
Blázquez o El Inclusero, un alicantino que estuvo
a punto de romper en varias ocasiones, pero por culpa
de la espada se quedó con las ganas.
Aunque su pareja natural en este
baile del toro fue aquel exquisito torero de Linares que
se llamó José Fuentes y con quien compartía
el mismo apoderado, Rafael Sánchez 'El Pipo', un
peculiar personaje que años antes había
lanzado a El Cordobés. El Pipo apoderó a
Pallarés desde sus triunfales años de novillero,
permaneciendo a su lado hasta el tercer año de
matador de toros.
En esos días, sus triunfos se contaban
por actuaciones, donde además dejaba una huella
de la que se hablaba durante mucho tiempo y propició
grandes titulares, además de celebradas frases.
Así, por ejemplo un día que toreó
en Barcelona, el maestro Díaz Cañabate escribió
en 'Abc' sobre su presentación '... si se pudieran
meter en un cubilete toreros como Pepe Martín Vázquez,
Pepe Luis y otros de ese corte, saldría de esa
mezcla uno de La Fuente que se llama Paco Pallarés'.
Alternativa de lujo
Al final de la temporada de 1965, en septiembre tomó
la alternativa en Salamanca. Fue en un acontecimiento,
donde la capital charra fue el espejo donde se reflejó
toda la torería gracias al arte la proyección
de Paco Pallarés.
Aquel día, su pueblo quedó
vacío y hasta se fletaron autobuses especiales
para ver el día más importante de aquel
torero que estaba predestinado a marcar una época.
Una época donde al final, las circunstancias de
los altibajos profesionales que llegaron tras la alternativa,
pero sobre todo un fatal accidente de circulación,
cuando acudía a tentar a la finca de su amigo Baltasar
Ibán acabaron con su gloria. Con lo que puso ser
y no fue. El accidente le destrozó un hombro y
le imposibilitó para siempre ese brazo que tantas
veces entusiasmó a a los públicos.
A partir de entonces quedó dormido
en los recuerdos, pero nadie olvidó el arte de
Paquito Pallarés, ese matador de La Fuente de San
Esteban que además fue el primero de una terna
formada por tres torerazos de ese pueblo, que completaban
Juan José y Julio Robles. Hoy ya sólo queda
vivo Juan José como eslabón de un trío
de lujo que dejó para el recuerdo de tantos días
de gloria, para La Fuente, para el Campo Charro y en definitiva
para la Tauromaquia.
Hoy, con la muerte de Paco Pallarés,
Salamanca ha perdido a uno de sus grandes toreros, pero
también a un hombre que caminó por las sendas
de su vida enarbolando la bandera de la educación
y el saber estar.
Aunque ya haya hecho el paseíllo
en los ruedos de la eternidad, siempre quedará
viva su leyenda y en las despensas del recuerdo nunca
morirán los hitos de un torero genial que se llamó
Paco Pallarés y de un hombre bueno: Francisco Pallarés
Colmenero.
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