La corrida de Cebada nos ha llevado a la nostalgia,a recordar aquellas corrida de Cebada que quitaban el hipo a la Monumental Pamplonesa. La de hoy, ha sido la antítesis de aquellas.
Me venía a la memoria la figura de Don Salvador, recientemente fallecido. Con su chaqueta a pesar del sofocante calor de julio. Con sus “gafapasta” y su sombrero de ala ancha que olían a campero. Siempre con su pañuielico al cuello, ese lazo que le unía a Pamplona.
Lo recuero comiendo con sus innumerables amigos en el Club Taurino, o paseando por el patio de cuadrillas un rato antes de la corrida, o de charla con los mayorales en los corrales del Gas.
Cuando su figura se hacía presente en Pamplona se hacía el respeto. Porque él, era el respeto. El respeto a las cosas bien hechas, despacito, con afición, teniendo al toro como principal protagonista, a la casta como bandera y a la bravura como principio. Y eso, en Pamplona, era crédito vitalicio para lidiar una corrida.
Salían los toros con la divisa de luto y me acordaba de él. De esos toracos que quitaban el hipo, que rebuscaban por las aceras por la mañana y ponían tieso al personal por la tarde. Aquellas corridas que pedían el carnet y que no se dejaban pegar un muletazo así porqué sí.
Y viendo la crorrida de hoy me he dado cuenta que Don Salvador ya no está, que se fue para siempre, y que, por desgracia, intuyo que con él, también se fueron aquellos “Cebaditas” que tenían ganado el respeto a todo Pamplona.
Salió la corrida floja, casi todos se fueron con puyazo y medio, mansita, aborregada, descastada, dócil. Una corrida para haberle cortado media docena de orejas….
Marco lidiaba su primer festejo. Estuvo más entonado en su primero, desbordado por la movilidad del segundo (quizá el más encastado del festejo). No supo estar delante de éste, pero, a pesar de ello, arrancó de aquella manera una oreja de paisanaje muy discutible.
Morenito de Aranda no apostó en el segundo de su lote. Un toro para echar la moneda al aire, darle sitio y distancia y poner lo que le faltaba al toro. Por debajo de su lote.
Antonio Nazaré cortó una oreja al que cerraba plaza con una faena de pata retrasada, hilvanando muletazos a una domesticada embestida que atendía sin protestas los mandatos de su matador.
El caso es que la corrida de hoy nada tenía que ver con aquellos Cebadas de Don Salvador. Aquellos que hacían honor a los colores de una divisa, que hoy vestía de luto por la muerte de un ganadero que se llevó consigo la casta y la bravura de sus toros.